Seleccionar página

Granja de pollos

Una gallina de engorde vive, de media, 45 días. Desde que nace hasta que alcanza entre 2,5 y 3 kilos de peso, su único destino es el matadero. No llega a cumplir ni dos meses de vida. Su crecimiento es tan rápido y antinatural que muchos de estos animales desarrollan deformaciones óseas, problemas respiratorios y dificultades para sostener su propio cuerpo. Están diseñados para crecer deprisa, no para vivir.

En España, cada año se sacrifican más de 700 millones de pollos para consumo humano, lo que nos convierte en uno de los principales productores de carne avícola de Europa. La mayoría se cría en sistemas intensivos, en naves cerradas donde conviven decenas de miles de animales sin acceso al exterior, sin luz natural y con escaso enriquecimiento ambiental. Viven hacinados, sobre un lecho de viruta impregnado de excrementos y amoníaco, que les causa irritaciones en la piel y quemaduras en las patas y el pecho.

A pesar de todo, esta realidad rara vez aparece en el debate público. Hemos normalizado tanto su consumo que no nos detenemos a pensar de dónde viene esa carne que llega en bandejas al supermercado. Asociamos la “comida rápida” con cadenas como McDonald’s, pero ignoramos que los mismos pollos del sistema industrial acaban en nuestras casas, incluso cuando cocinamos “a fuego lento”.

Detrás de cada filete hay una vida manipulada desde el primer minuto. Las gallinas no se reproducen de forma natural: los reproductores viven en granjas separadas y sus huevos son incubados artificialmente. A los pocos días de nacer, los pollitos se transportan en cajas a las granjas, donde comienza su breve existencia industrial. No se les ve, no se les oye. Solo existen como unidades de producción.

El bienestar animal en estas explotaciones es una etiqueta vacía. La normativa permite densidades de hasta 20 pollos por metro cuadrado, lo que impide cualquier comportamiento natural. Cuando llega el momento, los animales son recogidos de forma mecánica o manual y transportados en condiciones estresantes al matadero.

Convertimos seres vivos en máquinas de carne y lo llamamos progreso. Pero lo que hay detrás es una cadena de sufrimiento sistemático e invisible. Visibilizar esta industria no es un acto de provocación, sino de responsabilidad.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies
error: